martes, 6 de julio de 2010

Interpretar la gesta de Sudáfrica / Pablo Mieres

Después de tantos años volvemos a estar en las instancias finales de la Copa del Mundo; estamos entre los cuatro mejores del mundo por primera vez en cuarenta años cuando de la mano de una genialidad de Luis Cubilla, Uruguay derrotaba en tiempo extra a la Unión Soviética con un cabezazo de Víctor Espárrago.

En el Mundial de México 70, en el que terminamos cuartos, sin embargo Uruguay solo ganó dos partidos, perdió tres y empató uno; y convirtió tan solo cuatro goles en todo el campeonato. Teníamos seguramente la mejor defensa del mundo, pero ya se hacía notar cierta desactualización en las estrategias de juego que se hizo evidente y muy dura con el transcurrir de los siguientes años.

Porque no fueron cuarenta años en los que Uruguay mantuviera un nivel elevado. En 1974 sufrimos serias derrotas y nos fuimos de regreso en la serie sin ganar un partido. No pasamos las Eliminatorias ni en 1978, ni en 1982. Nuestro regreso en 1986 y 1990 fue bastante pobre porque, si bien pasamos la serie, fue siempre clasificando como el último mejor tercero. Dos ausencias más en 1994 y 1998 para volver a estar en 2002 sin poder pasar la serie y sin ganar, para nuevamente ser eliminados en 2006.

Por eso esta clasificación entre los cuatro mejores adquiere otra dimensión. Una impresionante dimensión para un país que tiene en el fútbol una referencia ineludible que define nuestra propia identidad nacional.

Nosotros fuimos conocidos y valorados en el mundo por aquellos enormes triunfos futbolísticos que comenzaron en 1924, sin embargo pertenecen ya a un glorioso pasado, glorioso pero ya remoto. Por eso para los uruguayos es tan crucial la peripecia futbolística, por eso sentimos que "nos va la vida" en los partidos de fútbol, porque los fracasos nos afectan en nuestra propia confianza, en nosotros mismos como país y como comunidad.

Por eso este éxito adquiere una dimensión tan relevante.

Porque, además, con independencia de que mañana le ganemos a Holanda o que, incluso seamos nuevamente campeones del mundo, aquí se ha escrito una nueva historia que implica un profundo cambio con respecto a la tradición anterior.

Este es un equipo que gana y juega bien, como hace casi sesenta años que no lo hacía. Este es un grupo humano cálido y unido, con liderazgos positivos, sin falta de disciplina ni malas conductas, sin exitismo ni "vedettismos", sin la sombra exagerada de los contratistas, que seguramente estarán presentes pero que no "pesan" de la forma en que lo hacían en el pasado.

Los que no creíamos en esta posibilidad somos muchísimos, aunque ahora nos cueste reconocerlo.

En particular, debo reconocer un serio error al valorar equivocadamente el trabajo del Maestro Tabárez, que ha sido muy valioso en una dimensión que en el fútbol es particularmente importante: la construcción de un grupo humano y la gestación de una mentalidad humilde y ganadora. Cada declaración pública del Maestro Tabárez ha trasmitido esta concepción de sensatez, humildad y, al mismo tiempo, una fortaleza anímica y una firmeza en sus convicciones realmente admirable.

El gran desafío de estos muchachos será llegar hasta lo más alto. Pero el gran desafío de nuestra sociedad será, pase lo que pase mañana y el fin de semana, interpretar este gran éxito de una manera positiva para nuestra sociedad.

La hazaña de Maracaná fue lamentablemente interpretada por nuestra sociedad como una suerte de excepcionalidad eterna que garantizaba a nuestro país un éxito perpetuo. Se transformó, además, en un evento nostálgico que muchas veces nos ha impedido mirar con confianza el futuro. Aquella gesta maravillosa fue tomada como una referencia que se fue transformando en una nostalgia muchas veces paralizante que nos mantuvo con la vista puesta en el pasado.

Que la gesta de Sudáfrica sea interpretada por los uruguayos como el valor de estar permanentemente actualizados, de renovarnos y apostar a competir en el mundo como los mejores, sin miedos y con la vista puesta en los desafíos futuros.

Que sea reconocida como una demostración del valor de los liderazgos positivos y del trabajo en grupo con la mirada puesta en la superación permanente. Que sea, además, una referencia profunda para las nuevas generaciones que viven este éxito como propio, porque efectivamente lo es; que sea también, entonces, una convocatoria a valorizar y a priorizar a los jóvenes de nuestro país, que son los artífices de esta impresionante aventura.

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