viernes, 9 de julio de 2010

Rebeldías / Hebert Gatto

Por estos días algunos sectores de los muchos que componen el F.A. requieren del gobierno políticas sociales más activas basadas en el bizarro argumento del agotamiento del capitalismo co-mo modo de producción.

Un planteo que recuerda las viejas pugnas entre revolucionarios y reformistas ocurridas en el seno de la socialdemocracia. Por más que ahora las posiciones están invertidas: lo que aquí se propone es el abandono liso y llano de esta doctrina y su sustitución por el anterior programa de tránsito hacia una economía colectivista. Una corrección de rumbos similar a la que impulsó Lenin cuando derrotó a los mencheviques.

La historia de la socialdemocracia surgida en el seno del marxismo admite sus picos máximos con la temprana crítica revisionista de Bernstein a los dogmas de la visión ortodoxa -especialmente la referida a la irreversibilidad de la revolución-, y su contrarréplica radical con la revolución soviética de 1917 y la creación de dos partidos. Un enfrentamiento que concluyó cuando la socialdemocracia alemana, abandonó el marxismo en el Congreso de Bad Godesberg de 1959, al igual que lo hizo Felipe González años más tarde con el PSOE.

Desde entonces la izquierda europea, con excepción de la comunista, reivindicó la democracia liberal como fórmula insustituible. Pero esta reconversión nunca fue aceptada por la izquierda uruguaya que avanzados los noventa continuaba reivindicando al marxismo y la revolución socialista. A la vez que menospreciaba la democracia liberal considerada una fachada formal de la explotación capitalista.

Fue necesaria la caída del régimen soviético más el develamiento de sus gigantescos horrores para que parte del frentismo reconociera calladamente su fracaso ideológico y aceptara, sin explicaciones y con poca convicción, ingresar de hecho a la socialdemocracia. No la de Marx, sino la de Bad Godesberg, es decir una corriente reformista dentro del marco de la economía capitalista, respecto a la cual, remarquémoslo con claridad, carece de cualquier modelo alternativo. Excepto que se tome por tal el desaguisado bolivariano o el culto a la Pacha Mama.

Pero en política nada suele ser sencillo. Como decíamos en este mismo periódico, si Mujica y su gobierno buscan clausurar el ciclo antisistémico de la izquierda para reintegrarla al juego de la democracia liberal, su proyecto no puede ser aceptado sin rebeldía. Por un lado por sectores y figuras del propio partido del Presidente y sus adyacencias, por otro por el Partido Comunista y sus extensiones sindicales que mantienen intacto su programa revolucionario de máxima. Para estos grupos, más algunos economistas nostálgicos, resulta necesario plantear la batalla contra el reformismo socialdemócrata que se impone en la coalición frentista. No se trata entonces de distribuir mejor dos puntos del IVA o crear el SOYP y el Frigorífico Nacional, mastodontes estatales inviables, fallecidos por anacronismo. Lo que se intenta es cerrar el paso al proyecto de un capitalismo con rostro humano compatible con el juego democrático que preconiza el gobierno. Una batalla de siempre por la pureza del dogma.

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