viernes, 23 de julio de 2010

La Celeste y la ideología / Hebert Gatto

Durante el mes de junio muchos uruguayos ingresaron a la televisión de alta definición, viajaron a Sudáfrica, adquirieron miles de discos celestes, pegaron millones de figuritas y agotaron camisetas y banderas, tanto que solo en Montevideo, flamearon trescientas mil de ellas. Según algunos analistas, los orientales dijeron adiós a la "mufa" y a la melancolía, para sumarse al entusiasmo colectivo y al cambio cultural que el éxito de la selección permitió aflorar.

Por más que no todos coincidan con este diagnóstico, sin demasiadas evidencias. Por supuesto, como era previsible, no faltó algún semanario oficialista que le preguntara al Presidente qué relación había entre el triunfo del Frente Amplio y la actuación de la selección; un periodista del mismo medio que relacionó el crecimiento del producto con los triunfos celestes; el Director Nacional de Cultura que lo vinculó con el Plan Ceibal y sostuvo que "desde hace un breve tiempo" vivimos un "nuevo Uruguay" signado por la "autoestima", y un sociólogo que afirmó que "el triunfo de la izquierda en el 2004" y la victoria deportiva demuestran que el país de la medianía está concluyendo, por lo que "hoy, a inicios del siglo XXI, la izquierda tiene la oportunidad histórica de construir hegemonía cultural con un relato de Uruguay con un sentido transformador". Una hegemonía, por primera vez inspirada en el "Pepe-padre", como con arrobo recuerda otra reporteada. (Brecha, Nº 1285).

No obstante, no será la dimensión político partidaria de estas declaraciones, de las que, cabe reconocerlo, las autoridades se mantuvieron al margen, la que aquí quisiéramos considerar. Nos importa más su dimensión doctrinaria. Discernir cuál es su contenido y registrar el sentido de su transformación, cada vez más lejano del radicalismo de los setenta.

Para esta versión emergente, el país de la medianía, la utopía retroactiva que el progresismo sostenía haberle expropiado a los colorados, está en agonía. Es hora, nos dicen, de enterrar a Maracaná, al país de los sesenta y setenta, al modelo garantista del batllismo, a la identidad petisa y a las seguridades de una sociedad timorata al abrigo del estado. ¿Qué la reemplazará? Como dice el Presidente, la nuestra "es una época en que está en crisis la utopía", "esa etapa de la vida en la que en otro tiempo nos dedicábamos a cambiar el mundo…"

Es hora, reitera nuestro sociólogo, de un país realista, moderno, lleno de oportunidades para las personas, "que premie la innovación y el riesgo", sin olvidar los derechos. "Que reconozca que la calidad va de la mano del trabajo, la planificación y los equipos. Que definitivamente premie el éxito sin culpas y no cobije la mediocridad".

Nos preguntamos ¿será ésta una sociedad que acepte el capitalismo, abandone el sueño de una utópica igualdad impuesta desde arriba, reconozca las diferencias en los méritos, premie a los más capaces y aplicados y abjure de la mediocridad? Una nación donde hasta la social democracia estatista, tan similar en sus grandes líneas al batllismo del Pepe -no éste, sino el de comienzos del siglo pasado- comience a quedar atrás, sustituida por la sociedad de los mejores, seres exitosos y sin culpas. ¿Admitirá la coalición, aun a largo plazo, semejante mutación ideológica?

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