viernes, 4 de junio de 2010

"Subirse al carro" / Lucía Machiarena

Uno de los grandes desafíos a los que debemos enfrentarnos quienes formamos parte de partidos emergentes como el PI, es el de persuadir a nuestros potenciales votantes acerca de la conveniencia de invertir su sufragio en una opción política sin posibilidades reales de acceder al triunfo.

Una y otra vez comprobamos que, en la mayoría de los casos, la ciudadanía es más proclive a optar por partidos y candidatos que ven como probables ganadores de las contiendas electorales.

Si nos aventuramos en la empresa de descubrir el trasfondo de esta innegable realidad, es posible plantear varias hipótesis. Podría ser una explicación plausible el enorme tradicionalismo de nuestra sociedad, que conduce a que se vea con gran reticencia cualquier intento de innovación. No obstante, si nos adentramos en el terreno de la psicología, la justificación se halla en el fondo más primitivo del cerebro humano: el irrefrenable impulso de dejarse arrastrar por la manada, que en tiempos pretéritos sin lugar a dudas fue de gran utilidad para sobrevivir en el medio adverso y peligroso que habitaron nuestros prehistóricos antepasados.

Sin embargo, no es menester retrotraernos tanto en el tiempo si pretendemos apreciar ejemplos concretos de cómo esta tendencia de "votar a ganador", ha sido de vital relevancia a la hora de definir importantísimos triunfos electorales.

Hablemos de un hombre muy singular llamado Dan Rice, un norteamericano que trabajaba como payaso de circo. Personaje que llegó a obtener gran reconocimiento en su país, no en vano el biógrafo David Carlyon publicó en 2001 un libro en su honor titulado " The most famous man you`ve never heard of".

En 1848 su influencia resultó crucial en la definición de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. El panorama evidenciaba una fuerte competencia entre el Partido Demócrata, que en ese momento era la mayoría, y el Partido Whig (puesto que aún no se había fundado el Partido republicano). El candidato del Partido Whig era el héroe de la guerra Mexicano-Americana, Zachary taylor, quien contó con el incondicional apoyo del payaso Rice.

Dan Rice tenía un bandwagon, nombre con el que se identificaba al carro del circo en donde iba una banda musical con el cometido de llamar la atención de quienes concurrían al espectáculo. El perspicaz protagonista de esta anécdota, tuvo la brillante idea de utilizar a carro de circo como atractivo de la campaña, llevando en sus recorridas no solo a los músicos, sino también al candidato presidencial y los principales dirigentes del Partido Whig. La estrategia dio sus frutos y la popularidad de Taylor se acrecentó a un ritmo incontenible, lo mismo ocurrió con la cantidad de dirigentes que subían al bandwagon a acompañarlo. Allí nació la expresión "subirse al carro", y fue gracias al carro del circo de Dan Rice que Zachary Taylor se convirtió en el décimo segundo presidente de los Estados Unidos.

Más de un siglo y medio después, el efecto bandwagon continúa siendo muy efectivo. En nosotros está a cargo la misión de convencer a la ciudadanía de que el voto es, ante todo, una cuestión de convicción que va mucho más allá de las presiones de las mayorías y su concepto del "voto útil".

No es un desafío sencillo. Pero debemos tener en cuenta que, si nos guiamos por el inquebrantable impulso del compromiso con nuestras ideas, lo imposible sólo dependerá de nosotros mismos.

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