domingo, 6 de junio de 2010

Orígenes de la socialdemocracia

La socialdemocracia surge a finales del siglo XIX y principios del XX del seno del marxismo. Creían que la transición a una sociedad socialista podía lograrse mejor mediante una evolución dentro de la democracia representativa que por una revolución o algún otro medio alternativo al sistema electoral de partidos. Con anterioridad, se describía a los socialdemócratas como socialistas reformistas (dado que abogaban por el desarrollo del socialismo a través de reformas parlamentarias graduales) en contraste con los socialistas revolucionarios, que pretendían alcanzar el socialismo mediante una revolución obrera.

La necesidad de articular políticamente el movimiento proletario hizo que en las conclusiones de la Conferencia de Londres que dio origen a la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT, 1864) se aconsejara la creación de partidos políticos revolucionarios. Estos partidos serían los defensores de las ideas sostenidas por la Internacional, inspiradas prioritariamente en el pensamiento marxista, y se articularían como "vanguardia organizada de las fuerzas proletarias". El primer partido socialdemócrata fue el alemán (SPD, 1869), señalado como ejemplo a seguir por los propios líderes de la Internacional. Tomado como modelo se crearon los partidos socialdemócratas de España (1879), Bélgica (1885), Austria (1889), Hungría (1890), Polonia (1892), Bulgaria y Rumania (1893), Holanda (1894) y Rusia (1898). Un desarrollo político muy importante tuvieron los partidos socialdemócratas escandinavos (Dinamarca, 1879; Noruega, 1887; Suecia, 1889). Los partidos socialistas de la Europa Occidental siguieron una línea más laborista y de hecho nunca adoptaron tal denominación.

En la época de su fundación, todos estos partidos nacionales tuvieron planteamientos ideológicos muy semejantes, inspirados en el triunfante marxismo, una vez expulsados los anarquistas de la II Internacional (1896). Inicialmente los partidos socialdemocratas incluyeron socialistas revolucionarios como Rosa Luxemburgo y Lenin, moderados o centristas que defendia la ortodoxia o camino intermedio como Karl Kautsky y Jean Jaures y partidarios de una aproximación gradual y evolucionaria como Eduard Bernstein.

Sin embargo, pronto se abrió una profunda brecha ideológica del arte de Bernstein quien expuso una serie de críticas a la línea marxista en su obra Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1899), donde se condenaban la práctica revolucionaria y la aspiración a una dictadura del proletariado, y analizaba la posibilidad de transformación del capitalismo al socialismo mediante un proceso de reformas políticas y económicas; la consecución de estas reformas debían figurar en adelante como objetivo prioritario del movimiento obrero, por lo que no debían excluirse la utilización de la confrontación electoral y la presencia parlamentaria de los partidos socialdemócratas. Aunque las tesis de Bernstein fueron condenadas por casi todos los partidos, su posicionamiento (denunciado por los continuistas como revisionismo) tuvo una amplia influencia en el socialismo internacional.

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