jueves, 4 de marzo de 2010

Mujica, una breve historia/ Hebert Gatto


Hace treinta y ocho años, en la turbulenta ciudad de Montevideo, dos guerrilleros eran detenidos, él, viejo ciclista, en buen equilibrio sobre una bicicleta cargando una subametralladora, ella, cansada, con una granada en su cartera y un revólver de grueso calibre en la cintura. Ninguno opuso resistencia, a esas alturas el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros estaba derrotado definitivamente, y el hombre con seis cicatrices de bala mal curadas y varias fugas y detenciones previas en su haber, no estaba, al igual que su compañera, también prófuga, en condiciones de prolongar la lucha. El maltrecho guerrillero era José Mujica Cordano, ella, todavía glamorosa, Lucia Topolansky Saavedra.

Dos mandos medios tupamaros de profuso historial hoy convertidos él en Presidente de la República Oriental del Uruguay, ella primera senadora de la lista más votada, del partido más votado, en las recientes elecciones.


En 1984 cuando el país recupera la democracia, la pareja, luego de trece años de durísimo confinamiento, no se distinguía del resto de los presos políticos. Para entonces el M.L.N. ni siquiera integraba la coalición de izquierda que en las primeras elecciones pos dictadura, frustrando esperanzas, mantuvo sus guarismos fundacionales. La guerrilla era otro de los muchos grupúsculos radicales, por más que lo inusual de su pasado inspirara repudio en las mayorías y simpatía en las izquierdas, sin que ni eso, ni la creciente literatura retrospectiva que la rodeó, le otorgara mayor significación política. En esa atonía, que duró años, el Pepe y Lucía eran dos entre otros.


Los aires cambian a partir de 1994, cuando el hombre es elegido diputado y la izquierda comienza su despegue, con una modesta contribución tupamara. En el nuevo escenario el Pepe se destaca como una figura atípica, inusual en todo: su lenguaje (franco, coloquial, bárbaro, sin conjugaciones ni plurales, pleno de solecismos, usualmente tierno, no sin rabietas, a veces actoral), su historia, su ausente corbata, su motoneta, sus desplantes, su pareja, su decrépita casa-chacra, sus flores, su decir entre Discépolo y Sartre, la polémica que lo sigue. Al unísono, el fulminante interés de los medios, más interesados cuanto más agredidos.


En 1999 asciende al senado, el MLN crece, fundamentalmente con el voto joven y los decepcionados, Mujica es personaje. En las elecciones del 2004, ya ministro, jura que no será candidato pese a plantarse como el político más popular del país. La gente aplaude la que entiende su autenticidad, su falta de acartonamiento, su calidad antisistema. En el 2009 imparable, vence a su rival en la izquierda, un economista hiper racional que aparece como su antítesis y es electo presidente. Su esposa, complemento femenino del uruguayo/a popular, presidenta del senado; el MlN Tupamaros, a influjos del Pepe, el grupo más votado dentro de la izquierda.


En quince años el guerrillero de bajo perfil asciende a las alturas del poder. Hoy, ayudado por sus últimas actitudes y sus discursos de apertura, abiertos y contemporizadores, emerge como el hombre de la providencia. Seguramente muchas cosas explican este éxito, pero una destaca por sobre todo: la enorme plasticidad del sistema político uruguayo y de su cultura democrática para digerir, sin deformarse ni romperse, cambios históricos de esta magnitud. Una plasticidad que engloba a todos los actores, desde la oposición a la izquierda, de sindicatos a empresarios.

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