Cuando el Presidente Mujica, para responder a los sindicalistas del sector público sobre los cuestionamientos que les había hecho, citó a Benedetti no hizo más que volver al origen de las viejas denuncias y cuestionamientos que la izquierda uruguaya hacía al viejo Uruguay batllista que declinaba a mediados de los sesenta.
Siempre me pareció una gran paradoja que el Frente Amplio, representante de la izquierda uruguaya más tradicional, alcanzara el gobierno apañando y apuntalando el más rancio corporativismo del aparato sindical estatal. En efecto, buena parte de la crítica al Uruguay que los partidos tradicionales habían forjado en los años cuarenta y cincuenta era expresada fuertemente por la izquierda a través de sesudos análisis intelectuales y de la mano de una literatura que tenía en “El país de la cola de paja” una de sus biblias más citadas.
La izquierda uruguaya en los sesenta cuestionó duramente al viejo Uruguay por su burocracia, por su conversión en una gran “oficina pública” clientelística y enroscada en su medianía, incapaz de superar la lógica de “conseguir un empleo público” para progresar gradualmente a la espera de la jubilación, sin otro incentivo que el mero transcurso del tiempo de manera rutinaria y sin solución de continuidad.
Pues bien, pasaron los años y la misma izquierda que cuestionaba y denunciaba al “país de la cola de paja” comenzó a defender y reivindicar los derechos de la misma burocracia que antes denunciaba. Apañó y apoyó cada reivindicación de los sindicatos del sector público que, una y otra vez, defendían corporativamente sus derechos sin generar las correspondientes contrapartidas de cambio o mejora en su funcionamiento.
La misma izquierda frenteamplista desde la oposición cuestionó todas y cada una de las iniciativas de reforma del Estado tildándolas de “neoliberales” y “entreguistas”; demonizó las asociaciones con privados, las concesiones o peor aun la venta de capitales accionarios del sector público al privado. Levantó un referéndum tras otro contra cada una de las iniciativas de transformación del Estado. Mejores o peores, más profundas o más leves, ninguna iniciativa de cambio en la estructura del Estado era vista como positiva para la izquierda en la oposición.
Los representantes más conspicuos de los intereses corporativos del funcionariado público fueron respaldados una y mil veces por la fuerza política de izquierda, defendiendo insólitamente al denostado país burocrático que nos pintaba Benedetti con agudeza y crudeza en sus ensayos y poemas.
Se había producido el primer giro copernicano. Las causas que antes se indicaban como propiciadoras de nuestras desgracias, se convertían ahora en motivos de defensa de un Uruguay que la “piqueta fatal del progreso” de la derecha neoliberal quería destruir.
Pero pasados los años y acumulado el poder necesario, entre otras cosas sobre la base de defender al viejo Uruguay burocrático y tradicional y a su paquidérmico funcionamiento vetusto y lentísimo, el Frente Amplio finalmente accedió al poder, convertido en el defensor de aquel Uruguay tradicional de “Maracaná y sus alrededores”.
Pues bien, ahora estamos en presencia del segundo giro copernicano.
En el ejercicio del gobierno la izquierda llevó adelante asociaciones con privados, enajenó capitales accionarios del sector público al privado, concedió servicios públicos a privados sin pestañear y sin dar la correspondiente discusión ideológica.
Pero particularmente en esta nueva etapa y de la mano de su nuevo Presidente, la izquierda frenteamplista vuelve a sus orígenes y señala la imprescindible e inevitable necesidad de transformar el Estado, señalando que los funcionarios públicos deben estar al servicio de la ciudadanía y no de su propio interés; que no deben dedicarse a “vegetar” en sus funciones por décadas esperando simplemente el día del retiro y que debe impulsarse una profunda transformación del Estado para que deje de ser un “peso negativo” sobre las oportunidades de desarrollo de nuestra sociedad.
Es Mujica quien pone arriba de la mesa un retorno al viejo discurso de la izquierda que en los sesenta había construido su bandera sobre la base de la imprescindible transformación del Estado.
Por supuesto que esta novedad impacta sobre las cabezas atónitas de los dirigentes sindicales que sienten que quienes antes los defendían y amparaban acríticamente, ahora les “señalan con el dedo” y les reclaman transformaciones rigurosas y contrarias al interés de sus propias realidades inmediatas.
Bienvenido el nuevo giro copernicano que el Presidente Mujica pretende darle a las concepciones de su fuerza política. Bienvenido su retorno a las fuentes citando las ya añejas denuncias de Benedetti sobre aquel viejo Uruguay decadente. Bienvenidos estos esfuerzos por cambiar una realidad, más allá de que durante décadas dicha realidad haya sido usada para acumular poder sobre la base de defender aquellas prebendas y privilegios.
Nosotros, más allá de las paradojas y los cambios de posición, reivindicando posiciones progresistas, acompañaremos y apoyaremos las transformaciones anunciadas que, esperamos, trasciendan los discursos sensatos y compartibles para convertirse en vigorosas políticas de transformación verdadera de nuestro rígido aparato estatal.
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