miércoles, 12 de mayo de 2010

El voto en UNASUR / Hebert Gatto

Previamente a su valoración despejemos confusiones semánticas respecto a lo acontecido en Buenos Aires, que no se atenúan responsabilidades distorsionando deliberadamente el relato. En la instancia Uruguay apoyó directamente a Néstor Kirchner para secretario general de la Unasur para lo cual resulta irrelevante que no se haya votado formalmente. Por el contrario, la adhesión a su nominación fue tan cálida y espontánea que no requirió contar brazos. Uruguay, si pretendía abstenerse, así debió expresarlo, al no hacerlo acompañó la unanimidad.

Max Weber distinguió entre la ética de la convicción -sigue tus verdades aunque perezcas con ellas-, y la ética de la responsabilidad: medita las consecuencias de tus actos, buscando siempre minimizar el daño. Adjudicó la primera a Kant y la segunda a los políticos, cuyas decisiones afectan directamente a terceros, lo que conlleva un plus de responsabilidad. Aun cuando Weber se equivocó en sus atribuciones -de hecho Kant nunca fue un dogmático desinteresado de los efectos de las acciones humanas-, el sentido de la distinción resulta claro: en ocasiones el interés de la comunidad exige soslayar convicciones individuales.

Todo sugiere que en el encuentro posterior al fallo de La Haya, entre la presidenta Fernández y nuestro mandatario, se acordó el vital dragado de los canales fluviales, se destrabaron bloqueos, como el que afectaba los créditos del Mercosur para la futura planta gasificadora así como se consiguió la habilitación para instalar sobre territorio argentino los gasoductos provenientes de Bolivia. Probablemente también se convino que nuestro país no presionaría a su vecino por el corte en Arroyo Verde, otorgándole tiempo para convencer -o doblegar- a sus enardecidos piqueteros. ¿Este paquete, justificaba nominar a Kirchner? La respuesta no es sencilla, nada más difícil que trocar principios por ventajas materiales y más cuando esa permuta debe resistir el escrutinio público, como aquí sería el caso. Vedada la democracia secreta, co-mo también decía Kant, nada que no pueda argumentarse públicamente puede ser pactado entre estados.

No tengo dudas que a los uruguayos nos duele elegir para un organismo internacional, aun si se trata de uno tan fantasmal como el Unasur, a un señor que ha hecho del empellón y el desaire el sustituto del diálogo.

Alguien que ningún mérito ha exhibido, como para que el país modifique su anterior veto y lo convierta en el nuevo promotor de la integración latinoamericana.

Por eso, frente a este cúmulo de dificultades y en defensa de nuestra dignidad, quizás pudimos abstenernos. Ni votar ni vetar. Por más que, aun adoptando este gesto intermedio, no era simple la posición del Presidente, consciente de lo mucho que el país se jugaba en las difíciles relaciones con su vecino sumado al riesgo de aislamiento. De hecho si alguien podía intentar aflojar definitivamente la tensión con Argentina, ese era Mujica y este era el momento.

Lo hizo asumiendo todos los riesgos y consciente de pagar un precio; le faltó más franqueza y elegancia en sus justificaciones posteriores.

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