Entre los pesados sedimentos que dejaron las elecciones municipales, se destaca con mayor perspectiva ciudadana la cuestión de la reforma electoral.
En el Frente Amplio -y también en las demás colectividades-, son más los que, a la hora de la autocrítica ante los resultados, prefieren ver el vaso medio lleno al medio vacío: es parte de la miopía política de quienes creen que la gente es tonta.
Si la coalición de izquierdas recibió el mensaje de que una parte del electorado los castigó, los partidos tradicionales, pese a sus triunfos municipales, no recapturaron a ese electorado que aún no confía en ellos, señal de que la renovación no ha madurado todavía. No obstante, las municipales permitieron que algunas figuras nuevas levanten cabeza y se incorporen al refresque de las colectividades históricas sin que, por ahora, los cruces de votantes o las adhesiones de pequeños caudillos locales al partido dominante, configuren una coalición rosada que, a la postre, debilitaría el sistema institucional de partidos en beneficio de apetencias cortoplacistas.
Argüir que los malos resultados de unos u otros están ligados al extenso cronograma electoral y que resulta necesario reformar este marco legal es, creo, mezclar temas diferentes. La sucesión de elecciones y lo extenso de las campañas obedece a modificaciones en la legislación electoral que siempre tuvieron una víctima. Fueron inventos que se volvieron contra el inventor. Las mayorías automáticas en las Juntas Departamentales o el balotaje fueron expedientes destinados a frenar el avance electoral de la izquierda y lo que terminó fortaleciéndola; las alcaldías son un intento de extender el aparato político de la izquierda al socaire de la descentralización. Los descentralizadores Centros Comunales Zonales fracasaron y las alcaldías van a fracasar porque lo descentralizado no puede funcionar bien si lo centralizado funciona mal, y eso es el mal aplicado centralismo democrático leninista que significa aquí que quien está arriba tiene razón.
Hoy todos quieren una nueva reforma electoral, pero no quieren la misma reforma. Unos quieren internas y candidatos únicos a la presidencia, pero también quieren candidatos múltiples a las intendencias o a las alcaldías. Se denuesta la acumulación por lemas, pero se inventan acumulaciones similares, como los "sublemas técnicos", o estas candidaturas múltiples. Cualquier reforma electoral especulativa estará condenada a una revisión prematura. Acollarar todos los niveles del poder al candidato presidencial no es una buena solución, porque se pierde la riqueza municipal, que responde a otras pautas ciudadanas; la multiplicidad de candidaturas a cargos ejecutivos torna inútil las internas; una elección parcial a medio mandato del legislativo es un soplo en la nuca de una gestión mediocre; la representación proporcional en los organismos legislativos es un imperativo democrático.
El debate está, pero difícilmente cuaje en un cambio, porque se vienen otras premuras políticas. Se replanteará cuando se necesite flexibilizar lemas para nuevas alianzas. Así, la reforma electoral será, otra vez, una respuesta coyuntural; no la acción de un pie sano guiada por el vigoroso lóbulo de la creatividad democrática.
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