La Cumbre de Presidentes del MERCOSUR llevada a cabo en San Juan parece ser un punto de inflexión en la historia de este bloque regional. En efecto, el MERCOSUR parece haber vivido tres etapas bien diferentes en su ya bastante extensa historia y, quizás podríamos estar presenciando el comienzo de una cuarta época.
La primera etapa se extendió desde la firma del Tratado de Asunción, instrumento fundacional del MERCOSUR, hasta la decisión unilateral del gobierno brasilero de devaluar el real en enero de 1999. Esta etapa estuvo caracterizada por un desarrollo muy importante y significativo de los vínculos comerciales entre los cuatro países, se fijaron las bases de los acuerdos de integración y se proyectó al nuevo bloque como un proceso diferente a los anteriores esfuerzos de integración latinoamericana.
Se construyó una instancia de integración comercial con pretensiones de avance hacia la integración económica que se distinguía de otros esfuerzos que habían estado más fundados en los discursos y la retórica que en los hechos concretos y los acuerdos. El MERCOSUR supuso en esa etapa una fundada esperanza de construcción sólida hacia el futuro de un profundo proceso de integración en la región.
Sin embargo, la decisión brasilera de devaluación unilateral generó una profunda crisis en el bloque; se trastocaron sustancialmente las condiciones del intercambio comercial y dejó al desnudo las notorias debilidades de la integración económica. La ausencia de coordinación de las políticas macroeconómicas entre los países del bloque, las asignaturas pendientes con respecto a completar la zona de libre comercio, la falta de componentes necesarios para hablar de una unión aduanera, la emergencia de decisiones unilaterales de parte de los países para poner en funcionamiento excepciones o barreras para-arancelarias, o la ausencia de mecanismos sólidos de solución de controversias eran varios de los asuntos pendientes que el MERCOSUR debía afrontar.
Pero la segunda etapa se caracterizó por la profundización de la crisis. Prácticamente enseguida de la devaluación brasilera sobrevino la catástrofe financiera argentina con su consiguiente crisis institucional que puso en riesgo las propias bases de la nacionalidad del vecino país, y luego nuestra propia catástrofe en 2002 que representó un profundo y traumático sacudón de nuestro funcionamiento económico y financiero con sus consiguientes efectos sociales.
Desde 1999 a 2004 fue la etapa de la crisis. Por lo que a partir de 2005, superadas las situaciones dramáticas, se abría para el MERCOSUR la oportunidad de comenzar a digerir correctamente las causas de los fracasos y, en función de ello, comenzar a avanzar sobre la agenda pendiente. Sin embargo, la tercera etapa del MERCOSUR fue, desde nuestro punto de vista, muy equivocada; se obvió la agenda imprescindible para retomar el camino de la profundización de los acuerdos de integración y, en su lugar, se instaló una agenda fundada en la vieja lógica tradicional latinoamericana, caracterizada por los discursos altisonantes, la reivindicación ideológica de la integración, la saturación de sobrepolitización de los acuerdos y el casi total vacío con respecto a acuerdos sustantivos y sustanciales para permitir el avance de los procesos reales de integración.
Los tiempos transcurridos desde 2005 hasta esta Cumbre se caracterizaron por decisiones inmaduras y voluntaristas que fueron incapaces de asumir las consecuencias de las asignaturas pendientes. Entre otras decisiones se acordó la integración de Venezuela al bloque, más por sintonía ideológica que por una evaluación racional del proceso; se fundó un Parlamento del MERCOSUR vacuo y carente de potestades y cometidos; en definitiva se buscó superar los déficits por la vía de las reafirmaciones ideológicas y reivindicaciones políticas.
Totalmente ajenos a un hecho porfiado e indiscutible que es que los procesos reales de integración requieren de una base comercial y económica firme y sólida.
Por eso esta Cumbre es promisoria, porque se ha retornado a la agenda imprescindible y pendiente, porque se aprobó un Código Aduanero común que habrá que analizar sobre sus contenidos, pero que supone un paso imprescindible para cualquier proceso de integración que se precie de tal; porque se avanzó en los acuerdos de integración energética y porque se han retomado los diálogos de acuerdos interbloques con la Unión Europea.
Ojalá sea el punto de partida de una cuarta etapa del MERCOSUR, ahora sí orientada hacia la revitalización de un proceso de integración real y duradero, sin esquivar una agenda difícil y compleja, pero ineludible si se quieren obtener resultados profundos.
jueves, 5 de agosto de 2010
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