miércoles, 17 de febrero de 2010

Partido Comunista / Hebert Gatto

La elección de la maestra comunista Ana Olivera como candidata frentista a la Intendencia de Montevideo señala un hecho que merece atención. Y ello por más que las ideologías gozan hoy de poca salud.

En el año 1990, en medio de la debacle soviética, Jaime Pérez, Secretario General del Partido Comunista del Uruguay, hombre sensible y valiente, advirtiendo las transformaciones en ciernes y decido a rescatar lo posible, propuso refundar su Partido. Planteaba adoptar bases ideológicas menos rígidas procurando conjuntar tendencias en la izquierda que coincidieran en un socialismo democrático con rostro humano. Su propuesta, parcialmente recogida por el XXII Congreso, sugería abandonar el marxismo leninismo como eje de la doctrina en aspectos claves como el vanguardismo, la dictadura del proletariado como etapa transicional del proceso revolucionario, y el corsé mecanicista del determinismo histórico.

Esto, en un Partido dogmático hasta la médula, suscitó protestas que desembocaron en el II Congreso Extraordinario de mayo de 1992 seguido por el XXIII Congreso de diciembre de 1993, con el retorno a la ortodoxia leninista y la consiguiente renuncia del Secretario General junto al 80% de sus dirigentes. Concomitantemente, Marina Arismendi y un pequeño grupo en el que se encontraba la actual candidata Olivera, pasaron a dirigir el Partido, así "rescatado" del intento de renovación.

Como es sabido, las explicaciones propias sobre lo ocurrido fueron rudimentarias. Como lo fueron, con pocas excepciones, las de la izquierda mundial en su conjunto. Según las primeras el marxismo era ajeno a la crisis del comunismo; sus causantes fueron errores humanos: la desviación estalinista (pese, se decía, a algunas virtudes del propio Stalin), más, fundamentalmente, la traición de Gorbachov. La humanidad, guiada por el Partido Comunista, no dejaría por eso de avanzar hacia la sociedad sin clases.

Un aspecto que singularizó al debate uruguayo fue el alcance que debía otorgarse a la "dictadura del proletariado"; asumiendo tanto renovadores como restauradores que en el sintagma se quintaesenciaba la clave de la ideología marxista. Los primeros argumentando que saliendo de la lucha contra la dictadura mal se podía pregonar otra, aunque fuere de clase. Mientras para los segundos, ya iniciado el proceso, no era dable abandonar la coacción del gobierno revolucionario ni menos sus objetivos, cualquiera que fuera la voluntad circunstancial de la mayoría. Razón por la cual, bajo el régimen leninista las elecciones y los cambios entre partidos carecen de sentido. Tal el significado objetivo y por ello inmodificable de la "dictadura del proletariado", corazón mismo del dogma.

Estas consignas, de imposible conciliación con los principios democráticos, son las que hoy, acompañadas de una práctica legal reformista, continúa sosteniendo el Partido Comunista del Uruguay y con él Ana Olivera. No deja de ser motivo de preocupación que un partido desacreditado en el mundo y con tan penosas credenciales en materia de derechos humanos, conserve tanto poder en el nuevo gobierno, aunque no sea de uso decirlo.

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